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La Puerta

Es agosto del 73’, siento la puerta del apartamento romperse, y aunque faltaban 15 años y medio para que yo naciera la escucho darse contra la pared con toda la furia. Es la casa que mis abuelos después de décadas de trabajo pudieron comprar, esa casa donde mi viejo iba a pasar casi toda su vida, es la casa donde yo crecí, es la casa de donde me fui cuando adolescente, es la casa donde mi hijo sabe que se comen ravioles cada vez que vamos. Ahí en Agraciada 2819 crecí yo, pero mucho tiempo antes también creció mi padre.

Vuelvo en el tiempo y se sienten los pasos por el pasillo, Enzo, mi viejo, tira rápido el mimeógrafo con el que hacía los volantes contra la dictadura por la ventana que da al pozo de aire, la misma ventana donde yo 30 años después me voy a fumar mis primeros cigarros a escondidas. Escucho los gritos de Elina, escucho a Carlos tratar de hacerlos entrar en razón, tiene solo 17 años, les dice. Se apaga todo.

Enzo siempre tuvo dos cosas claras, la primera es que para que el mundo sea un lugar mejor hay que pelear por eso; la otra, que la familia lo es todo. Lo primero lo llevó a irse a Argentina y bancarse la clandestinidad allá, la segunda lo hizo volver, aunque todavía lo estaban buscando. Eso no iba a pasar sino hasta dentro de 7 años.

Es setiembre y Elina recorre los cuarteles preguntando por su hijo menor, nadie sabe nada. Enzo está desaparecido. No hay nadie que le diga dónde está, no hay nadie que le de la comida que le llevó hasta ahí.

Cuando pienso en alguien que desaparece, pienso en alguien que no está más en este mundo. Ese no era el caso de Enzo. Enzo estaba. Estuvo en Inteligencia, donde se fijaron si con electricidad hablaba, y como no funcionó probaron ahogándolo. Estuvo en el Cilindro, donde probaron simulando su fusilamiento. No hubo forma de hacerlo hablar. Porque cuando se cree en algo, no hay tortura que pueda con eso, y él creía y sabía que lo que estaba haciendo era lo mejor, por el y por todos los demás.

Las palizas no faltaron, un día sí, el otro también. Cuenta Jorge, su amigo, su dos, que una vez lo creyó muerto. Se lo habían llevado para la rutina diaria de torturas e interrogatorios y cuando lo trajeron, entre dos, arrastrándolo, se asustó. No lo escuchaba respirar. Se ingenió para levantarse la capucha y Enzo estaba ahí, tirado en la mitad de la habitación, sin moverse. Le habló, le pidió por favor que responda, hasta que un movimiento lo hizo dejar de pensar en lo peor.

Era un gurí, y eso le jugó a favor. Cuando sus compañeros del Cilindro decidieron hacer una huelga de hambre para que lo soltaran, los terribles no tuvieron otra que dejarlos ir, a él y a Jorge.

Después de eso, el cruzar el río ancho como un ancho mar. Vivir escondido durante años. Tratar de salir adelante, sabiendo que allá también lo buscaban. Acarreó bolsas en el puerto, vendió libros puerta por puerta, trabajo en una juguetería (seguro que de ahí saco mi locura por los juegos de caja), sacó una revista sobre arte con sus amigos. Pero nada de esto le daba lo que el necesitaba, lo que solo el abrazo de Carlos y Elina le podía dar, nada de eso le daba una familia.

Es febrero del 89’, hace mucho calor y ahí me trae a upa, otra vez la puerta. Esta vez la vamos a pasar juntos, sin terribles, sin miedo, sabiendo que, si hay que luchar así será y ahora somos más para luchar.






2 коментари


yamiluturbey
24.03.2020 г.

Muy bueno, es como un testimonio del pasado que no viviste.

Un recuerdo virtual, que vivencias a través de la conciencia.


Харесване

yamiluturbey
24.03.2020 г.

Muy bueno, es como un testimonio del pasado que no viviste.

Un recuerdo virtual, que vivencias a través de la conciencia.


Харесване
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