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La construcción del amor


2018 comienzo a apostar a una relación. Años de práctica perdidos por el miedo y la ansiedad. Pero quería, esta vez realmente quería y lo iba a hacer. Me sentía fuerte para afrontar cualquier adversidad, pobre ilusa.

Tengo escasos veinte años y algunas desilusiones amorosas que se transforman en el

cotidiano en los “mambos” que a toda persona suelen visitar. Había deconstruido el mundo de Disney en el que me educaron, para ser princesa y esperar a “mi hombre” (¡puaj!). A quien tenía que medir con la vara de valentía y heroicidad. Ese derrumbe de castillos dolió años de frustración y desapego. Pero tenía una a mi favor, siempre me inculcaron el “valerme por mí misma” dentro de esa hipocresía de solamente estar completa con la media naranja sin esperar completar proyectos en conjunto. Irónico y falaz.

Involucrarme en el feminismo fue un salvavidas para mí. Lo colectivo hace lo individual y

viceversa, retroalimentación. El abrazo, la contención, la escucha y el compartir, fue el amor

compañero del que tanto había escuchado hablar y anhelaba. Sin embargo, ¿cómo poder

volcar eso a la pareja monógama heterosexual a la que vengo acostumbrada?. “La clave está en la confianza” escuché muchas veces, pero para eso no te educan ni te sistematizan.

2018 y comparto por primera vez la mayoría de las posturas con una persona. Elegí ir por ese camino, a prueba y error. “Peor no la voy a pasar, no pierdo nada” era la frase que resonaba en mi cabeza. Sin expectativas y con heridas sanas, la ansiedad calmó mucho y el disfrute comenzó.

Disfrutamos y compartimos de nuestro tiempo, acompañamos y escuchamos. Apoyamos

proyectos y comentamos sólo si es constructivo. Nos integramos, nos fusionamos, sin dejar

particularidades de lado. Respetar el tiempo y pensamiento del otro, como diferente pero nunca inválido. Una media vuelta de tuerca más, nunca es malo.

¿Era este el amor que buscaba?. Con el tiempo comenzaron algunas diferencias, por un

momento dudé. Estamos en procesos diferentes y es imposible coincidir en todo.

Particularmente, salgo de los conflictos de manera colectiva. Siempre necesité con quién

hablar confidencialmente, tanto para descomprimir el volcán de emociones que suelo tener

internamente como para incentivar a una reflexión con otros puntos de vista. Sin embargo,

hace un tiempo –como buena estudiante de las Ciencias Sociales- también elijo tratar de

teorizar. El amor se siente por sobretodo, pero también se teoriza.

La subjetividad domina gran parte de mis decisiones, no puedo decidir sin interpelar mis

sentimientos. Suena pasional e infantil, pero sé que son ellas las que luego me pueden llegar a jugar una mala pasada. Por eso, acudí a un libro que me interesaba hace tiempo y una gran amiga me lo regaló en el marco del juego del amigo invisible. Las palabras Luciana Peker (“La Peker”) hacían bailar mis ojos entre renglones, no terminar termos de mate, pasar horas sonriendo y repensando, secar algunas lágrimas y armar un álbum en el Google Fotos con su nombre y algunas imágenes que saqué mientras leía.

Quizás verdaderamente no tenía deconstruido el amor romántico como pensaba. Me había

olvidado del cotidiano, del hacer, del día a día en pareja. Me había olvidado de no coincidir, de querer y no a la vez. Me había olvidado de las contradicciones internas y de las opiniones que no se comparten. Me había olvidado que el amor no es solamente coincidir en todo aún habiendo descartado el materialismo y las formalidades, entendiendo y compartiendo las diferentes formas de amar. Me había olvidado de eso justamente yo, que me creía capaz de opinar y de ser neutra. Y ahí, en ese momento, me reconocí dentro de un ideal romántico del amor, que no habla sólo de emociones sino también de idealizaciones.

Entre hojas de debate entre el amor compañero, el romántico y el revolucionario, pros y contras de cada uno, terminé el libro con la misma cantidad de preguntas que de afirmaciones. Pero sobre este tema, luego de reflexionar, no puedo no pensar el amor como una construcción. La construcción del día a día, basada en empatía y sinceridad. El amor compañero, que según la Peker “sabe de espaldas mutua para afrontar la vida”. Sin embargo, al ser una idealización, no debe dejar de construirse a cincuenta y cincuenta “por el placer de estimularse sin que el goce acabe cuando se acaba el goce”.

Una de las partes del libro que más me entusiasmó enuncia sobre escribir acerca lo que se

piensa y lo que se siente, aún más cuando estas cosas te quiten el sueño. Plantea escribir

sobre lo que te despierta y, personalmente, este tema me mantuvo despierta algunas noches y me despertó aún más el intercambio. He aquí, la razón por la que elijo la temática y, porque simpatizo con esta autora a raíz de identificarme con su postura política. Compartimos un “amor peronista”: de la visceralidad del cuerpo en sentido político. Porque entendemos la escritura, el cuerpo y todo lo personal, como político… incluyendo la felicidad. Y la política es una construcción colectiva.

Entonces, entendí que para este 14 de febrero lejos de desprestigiar la fecha, festejo la construcción del amor, colectiva y políticamente. Festejo la reivindicación del sentimiento, eligiendo construir con diferencias y coincidencias, apuntando a ese horizonte ideal del amor compañero, que entienda lo terrenal y pasional, incluyendo dudas y contradicciones; y excluyendo tanta forma acorazonada y hegemónica de ser. A concepción personal, el amor hoy es eso: una construcción política.



Por Micol Seccaspina.

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