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Mujeres Trabajadoras


La historia nos hace entender que la única forma de transformar algo es de manera colectiva. Por eso si pensamos en el 8M reivindicando a toda mujer trabajadora debemos mencionar indudablemente la lucha por la autonomía de su cuerpo.


Todo aquello que nos hicieron aprender sobre esto, se supo transformar en lucha para ganar derechos y actualmente, seguimos en búsqueda del avance de estos teniendo como meta de la verdadera Justicia Social. Esto no significa que el camino sea liso y sin asperezas, hay que tener en cuenta los retrocesos que supimos enfrentar.

Empezando desde que nos hicieron creer que nuestro labor establecido eran las tareas de cuidado y aseo justificando desde el “instinto maternal”, negaron así la exigencia de remuneración de esas tareas como si no fuera un trabajo como cualquier otro. Sin embargo, logramos el reconocimiento de las Trabajadores Domésticas, de los aportes que les robaron y ellas consiguieron su jubilación. Y aunque un gobierno antiderechos quiso quitar las moratorias, gracias a la lucha la seguimos sosteniendo.


Nos hicieron aprender que sobre nuestro cuerpo manda sólo la legislación, como si quienes la definieron durante mucho tiempo hubieran usado nuestros zapatos siquiera algunas pocas horas, o peor, como si no pudiéramos hacerlo por nosotras mismas. Sin embargo, logramos la existencia de la Ley de Cupo Femenino, para que en dicha casta mandataria entren nuestras representantes y nuestra perspectiva, en la voz de una mujer.


Tampoco se quedaron atrás en decirnos cómo debe actuar nuestro cuerpo, claramente en pos de la opinión del otro. Como si nuestra autoridad sobre éste sólo pudiera existir al momento de llenarlo de delicadeza o estimular el deleite ajeno. Y aunque logramos conseguir conceptualizar y sancionar la violencia y/o el acoso laboral, seguimos luchando contra el requisito de “presencia” en las postulaciones de trabajo que pretende anular capacidades.


Nos hicieron aprender que todos nuestros cuerpos deberían ser iguales, sancionando al que no se parece a la hegemonía revistera de diferentes formas: talles, repudio, abucheo, golpes o el ocultamiento entre otros. Así fue que conseguimos la ley de talles, pero como el mercado pesa más, nosotras militamos el activismo gordo también desde nuestros espacios laborales.


Nos enseñaron que hay sólo dos formas de concebir el género de nuestro cuerpo, biológicamente diferenciado y regido por el sexo. Como si estuviéramos hablando de un ente, un objeto de adorno, como si cada quien no se pudiera autopercibirse diferente a lo que le dicen ser. Y aunque fue difícil, se logró establecer la identidad transgénero en niñas, niños y adolescentes y recientemente, gracias al trabajo militante de las mujeres madres como las de la Asociación Civil Infancias Libres, entre otras, se otorgaron los primeros Documentos de Identidad Nacional no binaries.


También nos enseñaron lo que nos debe gustar de un cuerpo, según y para el nuestro, muchas veces sin previo conocimiento del propio, como si no existiera diversidad, ni deseo ni elección. Pero sin ir más lejos, aunque sigan existiendo puestos laborales inseguros por la orientación e identidad sexual, reivindicamos una identidad política con la que hoy, la comunidad LGBTTTIQ+ concibe mejores herramientas para luchar y, actualmente, hasta tenemos un Ministerio de Mujeres y Diversidades. Es por eso, que en cada día del Orgullo al igual que el día de la visibilidad lésbica nos llenamos de brillos y baile porque, como lo dijo Lohana y Sacayán: al calabozo y al closet, no volvemos nunca más.


Algo particular pasó con las personas con discapacidad. A ellas aún más allá de aniñarlas eternamente, tampoco se les consideraba capacidad alguna de poder conseguir autonomía a través de un trabajo. Esta concepción tutelar se desmoronó con el nuevo paradigma explícito en la Ley de Salud Mental y Ley de Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes, en donde aparte de considerarlos sujetos capaces y de derecho, incluyendo a la sexualidad como uno, también pueden acceder a un trabajo digno que les genere mayor integración social y autonimía. Y debo admitir, que las chicas del taller protegido Alsur de Valentín Alsina hace unos panificados buenísimos.


También nos enseñaron en qué trabajos se pueden usar nuestros cuerpos y en cuales no, delimitando esto por la moral o el meritocrático desempeño personal. Para que no se modifiquen esos límites, se aplican castigos tales como el abucheo, la marginalidad y/o clandestinidad. Mucho hemos avanzado en éstas últimas décadas, reconociendo la elección de una compañera y generando organización para garantizar la efectivización de sus derechos, como lo hacen desde la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir o la Red de Psicólogos Feministas, sin embargo, aún seguimos luchando por el reconocimiento del Trabajo Sexual de quienes son prostitutas por elección y luchan por reconocimiento y mejora de condiciones laborales.


Podría seguir escribiendo pero no hay artículo que logre englobar todas las luchas dadas por la mujer que involucran su trabajo. Se puede mencionar, aparte de las dichas, a la mujer en las ollas comunitarias, en la organización y promoción social, en el armado de redes de sostén, en la lucha por el matrimonio igualitario y adopción homoparental o en contra de los quemapibes (Madres contra el Paco) o de los eliminapibas (Madres del dolor), la creación del porno feminista, la formulación e implementación de la Ley contra la Violencia de Género, en la modificación de los vínculos parentales y/o tutelares y, muchas otras más.


Sin embargo, si hablamos de la mujer trabajadora, resuena en mi cabeza la palabra “compañera”, compañera de trabajo, de lucha y hasta quizás de ideología. Y sobre esto, aunque la meritocracia instalada todavía imposibilita, en algunos casos, la visualización de condicionantes y privilegios sobre las decisiones que tomamos respecto a nuestros cuerpos, y atribuyen a la “superación personal” algunos logros, nosotras le peleamos al individualismo poniendo el cuerpo en la calle e insistimos en que todos los logros se consiguen a través de nuestras luchas, compañeras.

Por eso comencé enarbolando la bandera de la lucha colectiva refiriéndome puntualmente al movimiento feminista, como movimiento social heterogéneo que entendió lo personal como político y logra dar revancha en cada espacio para intentar lograr, paso a paso, la verdadera equidad de género.


Siendo conscientes de que aún la resistencia reaccionaria es fuerte, seguiremos luchando para conseguir nuestro objetivo como ellas: aquellas mujeres trabajadoras textiles que iniciaron la huelga en 1908 que da origen a este día conmemorativo o como nuestras queridas abuelas, que nos enseñaron de luchar con el cuerpo y en la calle -o en la plaza más importante- para defender nuestros derechos.


Es por eso que la lucha no es sólo el 8 de marzo, es en este día y en cada día. Desde el feminismo por la verdadera Justicia Social.




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