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La montaña rusa

Una montaña rusa de emociones me atrapó, no me puedo bajar y con el acelerador apretado empieza a avanzar.

Sigue aumentando la velocidad. El encierro es lo peor para cualquier animal y me defino como un bicho social.

Entre subidas y bajadas algunos gritos se empiezan a escuchar. No me banco sola, no me animo a mi cabeza, no sé no compartir un mate, no puedo extrañar más los abrazos.

Con velocidad empieza a girar. La distancia es difícil y no me siento acompañada ni por mis bandas preferidas sonando en los auriculares del celular. O quizás, no me alcanza por no poder compartirlas con alguien entre cervezas.

Vienen las subidas y bajadas, otra vez. Extraño la ronda de tinto con pomelo y juegos de cartas en esas noches largas de verano con amigues, extraño la mesa con la familia los domingos al mediodía, las aulas llenas de mates compartidos, extraño todo eso que se complementa y me hace ser.

De golpe frena. Quisiera estar acostada viendo larga después de cenar, esas de Tarantino y que entre abrazos y besos se pierda el interés por la tele.


Y empieza la marcha atrás, lento. Cuarentena en el barrio: el hambre, el miedo, la desazón.

Las ollas no aguantan como no se aguanta una cuarentena sin comida.

Comienza a aumentar la velocidad. Las ollas no aguantan la creciente violencia que no sólo deja marcas en la piel sino que también le muestra las heridas que le dejó su última aparición.

La subida y bajada de marcha atrás es más complicada, no hay cosquilleo en la panza pero sí mucha presión. Las ollas aguantan las voces que dicen tener hambre, ni reconocer por nombre las caras de esa voz.

De cabeza, colgando. Las ollas no se aguantan con las lágrimas de dolor por perder a una mujer más, a la que el aislamiento la expuso a otra pandemia.

Otra vez rápido, esta vez girando. La olla no aguanta la incertidumbre de saberse llena de alimento o no, de dudas rebasan.

Subidas y bajadas marcha atrás. Las manos que sostienen la olla recuerdan todo lo que militaron para no volver a ella, mientras piden donaciones. Otra vez, el hambre prima.

Se disminuye la velocidad, estamos frenando y la organización se hace presente. Los vecinos y los militantes, no escuchamos aplausos a las 21hs porque en el barrio eso no se hace, en el barrio se saluda con respeto a las manos que sostienen la olla.

No me puedo sacar el cinturón, no me puedo bajar. Quiero que esto termine ya, con un nudo en la panza provocado por aplausos de hipócritas que años anteriores trataban peyorativamente de administrativos a quienes ejercen su profesión y vocación poniéndose al servicio de la comunidad, esos mismos hipócritas que exigen sentados en un sillón a las organizaciones sociales hacer lo que ya están haciendo: poner el cuerpo.

Siguen las náuseas que causan esas manos que aplauden, son las mismas que cacerolean, hoy inviertan en este y ayer aplaudían la transformación de un Ministerio en Secretaría.

El nudo en la garganta de no saber qué más hacer por quienes están en cuarentena con su agresor, sin aislamiento por prevención.


Así, con más dudas que preguntas. Con más incertidumbres que seguridades. Con más organización que recursos, pienso pasar todo el tiempo que dure en la montaña rusa hasta que me pueda bajar. Hasta que nos podamos bajar. Bancándola codo a codo.



Mi nombre es Micol y soy militante de Nueva Mayoría dentro del Frente Patria Grande, en el distrito de Quilmes. Desde la organización llevamos adelante una campaña de donaciones para diferentes comedores en emergencia. Esta campaña no sólo se aplica a Quilmes, invito a googlearlo o buscarlo en las redes #CODOACODO para quien quiera y pueda colaborar, tanto desde una donación como también visibilizar el laburo compartiendo las publicaciones. Porque nadie se salva solx.






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