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¿Dónde me veo?

Mi nombre es Micaela. Hace poco me empecé a preguntar por qué tenía tanto valor la mirada del otro en mí y de cuántas cosas me perdí o dejé de hacer por esa mirada. Supongo que gran parte de esa inseguridad fue por mi historia.

Soy adoptada. Fue algo intrafamiliar y siempre lo supe aunque quizás la forma en la que fue encarada “la charla” no fue la mejor, quiero decir que no fue la imagen del bebito en la canasta con moño en la puerta de una casa sino un : “ ESTABAS TIRADA EN UNA ZANJA CON SARNA". Supongo que eso era fácil de digerir para una nena de tres años y que no encontraron otra manera de decírmelo desde el amor. Una nena que en el jardín de infantes sabía aclarar su situación o que, cada vez que subía o bajaba a un colectivo, empezaba a llorar a los gritos de: “¡¡Me van a abandonar. No me dejes!!“ . Y así con un montón de 'situaciones mínimas' no tan mínimas para mi ‘yo‘ de seis años que un día fueron a buscar tarde al colegio y estaba imaginando lo peor, otra vez la habían abandonado, había sido rechazada nuevamente. ¿Cuántos años te persigue ese fantasma, por más que la gente que te rodee te ame? ¿Se puede vivir una vida con el miedo al abandono?

Con 26 años tengo muchas versiones de mi historia y jamás quise o pude aceptar que ese hecho fuera tan importante para la persona adulta que soy hoy pero que cada tanto vuelve a ser la nena del colectivo que llora y pide que no la abandonen, que no la dejen.

Ésta es mi historia, me hago cargo y trato de sanarla constantemente. Mi madre biológica era prostituta y fue madre adolescente. No hubo mucho contacto entre nosotras pese a ser parte de la familia, me vio a los tres años y después a los once de casualidad, en una reunión familiar un, dicho sea de paso, Día de la Madre.

Ese día fue todo tan extraño, presentía que algo iba a pasar, sentía que iba a estar ella y que yo no estaba preparada para afrontar esa situación, tenía miles de preguntas que me llenaban de ansiedad, una de ellas era: ¿Por qué me abandonaste? Y no quería saber su respuesta para vivir una vida con ella, sino porque en esa respuesta iba a encontrar un alivio. Luego comprendí que, dada su situación, hizo lo mejor que pudo y hoy lo agradezco.

Al emprender el viaje hacia la casa de mi abuela, la ansiedad comenzó a manifestarse de manera física. No podía decirle a mi mamá lo que me pasaba porque tenía miedo y vergüenza, así que en el trayecto Florencio Varela – San Vicente me descompuse y terminé en la guardia de un hospital de quién sabe qué lugar. Para mi suerte ese día había mucha demanda y sólo atenderían las verdaderas urgencias. Después de un rato retomamos el camino, íbamos en auto, la llegada iba a ser más rápida de lo que esperaba, mi corazón no paraba de latir. Hasta el día de hoy recuerdo la ropa que llevaba puesta. Llegamos, había gente en una mesa al aire libre. Yo ansiosa, con miedo, miraba a todas las mujeres de la mesa de reojo buscándola a ella. Cada vez que preguntaba cómo era, para poder armar su imagen en mi cabeza, siempre me decían que éramos parecidas, entonces me buscaba a mí en otras caras y me preguntaba : ¿Dónde me veo?. Once años.

Lo más triste fue que en ese momento no me vi. Se acercó ella y me acarició la mejilla. Sentí lástima y rechazo a la vez, pero yo seguía sin verme en esa cara y pasé la mayor parte de mi vida así, buscándome en el otro, buscando una mirada de aceptación, la que yo no pude tener a los once años mientras me estaba buscando a mí.



Por: Mica Jaquet.


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